miércoles, 1 de junio de 2016

RESISTENCIA A LOS ANTIBIÓTICOS: PRIMER CASO EN EEUU

Cuando llega el frío, las enfermedades respiratorias y víricas se convierten en una constante en todas las casas. En el día a día, y sobre todo en invierno, la humanidad consume ingentes cantidades de antibióticos. Y no solo de antibióticos, sino también de otros medicamentos, como el ibuprofeno por ejemplo, que no es un antibiótico sino un analgésico y también un antiinflamatorio. Un dato desolador es que en España más de 8 millones de personas consumen dosis diarias de ibuprofeno superiores a las recomendadas. Increíble pero cierto. Lo peor desgraciadamente es que tampoco se da un uso mucho más sensato a los antibióticos. Muchas veces, se toman por una razón de peso, pero en otras ocasiones, su uso es innecesario o al menos perfectamente evitable, cuando las dolencias son más leves. Sin embargo, no decimos esto porque nos guste el masoquismo o nos venga bien sufrir ni mucho menos, sino porque si lo pensamos fríamente una reducción del consumo de medicamentos en la medida de lo posible será mejor para nosotros mismos y para toda la humanidad. ¿Por qué? El quid de la cuestión está en el problema de la resistencia a los antibióticos.


Una de las razones por las cuales es perjudicial administrar excesivos antibióticos se basa en que llega un momento en el que las bacterias adquieren la capacidad de combatir y destruir los antibióticos destinados a eliminarlas, haciéndose cada vez más difíciles de erradicar y los antibióticos menos eficaces frente a ellas. Esto es a lo que se denomina resistencia a los antibióticos. Las bacterias son capaces de fabricar la enzima β-lactamasa que se va a encargar de atacar el anillo β-lactámico de 4 átomos de carbono que posee la penicilina de los antibióticos. Esta β-lactamasa se transmite a otras bacterias a través de un plásmido y así las bacterias van a ser capaces de inactivar la penicilina, puesto que los anillos de 4 átomos de carbono ya no son tan estables como los de 5 o 6 y pueden romperse con facilidad.

No obstante, para intentar evitar esto, utilizamos amoxicilina, que es un derivado de la penicilina que incluye el ácido clavulánico, que actúa como un inhibidor suicida. El ácido clavulánico tiene el mismo anillo β-lactámico que la penicilina, por lo que va a ser detectado por la enzima β-lactamasa de las bacterias y lo van a atacar, rompiendo ese anillo del ácido clavulánico y quedando covalentemente unida a él. Así, cuando se introduce la penicilina, ya no se activa esta enzima para romper el anillo de la penicilina y puede realizar su acción. Sin embargo, de poco sirve este avance si seguimos haciendo un uso irresponsable de los antibióticos.

Otro aspecto a tener en cuenta y que probablemente no todo el mundo tenga claro es que los antibióticos han sido fabricados para combatir enfermedades infecciosas producidas por bacterias y no por virus ni hongos, para los cuales existen, respectivamente, medicamentos antivirales y antifúngicos específicamente para ellos. Por lo tanto, si nos empeñamos en intentar curar un resfriado, una gripe o cualquier enfermedad vírica con un antibiótico, no solo será ineficaz frente a ella, sino que será perjudicial para nuestro cuerpo y contribuiremos desgraciadamente a la resistencia frente a los antibióticos.

Una consecuencia reciente o una prueba más de este uso inadecuado o excesivo de los antibióticos que está generando esta creciente resistencia a los mismos y que demuestra la importancia de tomar cartas en el asunto es la noticia que aparecía en los periódicos el pasado 26 de mayo en la que se nos informaba del primer caso de una bacteria resistente a todos los antibióticos en EEUU. Sin embargo, no es el primer suceso en todo el mundo, sino que ese gen de resistencia a los antibióticos que se llama mcr-1 y que está presente en esa bacteria de Escherichia Coli hallada en Estados Unidos ya se había dado anteriormente en Europa, África, China, Suramérica y Canadá. Fue ya a principios de 2015 en China cuando empezamos a tener constancia de la existencia de este gen, lo cual tampoco es raro puesto que en China se consumen 12.000 toneladas anuales de colistina en la industria agro-ganadera. La rápida llegada del gen también a países europeos como Dinamarca, Holanda y Francia llevaron a la Unión Europea a modificar el protocolo para el uso animal del antibiótico.

El nuevo caso estadounidense del que hablábamos corresponde a una paciente de 49 años de Pensilvania a la que se detectó en un análisis de orina un tipo extraño de bacteria Escherichia Coli, que ha sido considerada como una de las más letales puesto que es resistente a todos los antibióticos, incluida la colistina, que es el último recurso del que disponen los médicos cuando el resto de antibióticos no son efectivos y que solo se suele utilizar en dichos casos, ya que su toxicidad y los daños que podía ocasionar no permitían un uso mayor.

Bacteria Escherichia Coli

De cualquier manera, este nuevo suceso es un hecho más que nos hace pensar que puede llegar un momento en el que los antibióticos dejen de ser útiles. Ya se están dando casos en los que el médico se halla en la indeseable situación de impotencia y desesperanza de no disponer de un antibiótico que suministrar al paciente para tratar una enfermedad, lo cual es algo que nunca debería ocurrir.

Sin embargo, tampoco es el fin del mundo. Sabemos que las resistencias los antibióticos están relacionadas con el uso que hacemos de estos, por lo que con el tiempo estas probablemente evolucionarán y podamos echar mano de medicamentos que antes no utilizábamos.

Además, la investigación para descubrir nuevos medicamentos continuará, al igual que proseguirán los avances en ingeniería genética, un campo en el que están puestas muchas esperanzas y que probablemente nos ofrezca nuevas posibilidades para tratar estas enfermedades.

Pero esto tampoco quiere decir que haya que relajarse ni mucho menos. Hay que alertar a la población y concienciarnos de este problema de la resistencia a los antibióticos y de que cada uno de nosotros podemos y debemos realizar un uso razonable y responsable de los mismos, acudiendo al médico, siguiendo sus instrucciones y sin automedicarse nunca. Tampoco estamos defendiendo evitar el uso de fármacos, ya que el descubrimiento de la penicilina por parte de Alexander Fleming en 1929 ha tenido desde entonces una importancia inconmensurable en la cura de enfermedades, en el mantenimiento de nuestro bienestar y nuestro estado de salud y en la mejora de la calidad de vida, sino que postulamos que no debemos a abusar de ellos. Como diría el filósofo griego Aristóteles: “la virtud está en el término medio”. Seamos conscientes de que el futuro de los antibióticos está en nuestras manos.

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