Cuando llega el frío, las enfermedades respiratorias y
víricas se convierten en una constante en todas las casas. En el día a día, y
sobre todo en invierno, la humanidad consume ingentes cantidades de
antibióticos. Y no solo de antibióticos, sino también de otros medicamentos,
como el ibuprofeno por ejemplo, que no es un antibiótico sino un analgésico y también
un antiinflamatorio. Un dato desolador es que en España más de 8 millones de
personas consumen dosis diarias de ibuprofeno superiores a las recomendadas.
Increíble pero cierto. Lo peor desgraciadamente es que tampoco se da un uso
mucho más sensato a los antibióticos. Muchas veces, se toman por una razón de
peso, pero en otras ocasiones, su uso es innecesario o al menos perfectamente
evitable, cuando las dolencias son más leves. Sin embargo, no decimos esto porque
nos guste el masoquismo o nos venga bien sufrir ni mucho menos, sino porque si
lo pensamos fríamente una reducción del consumo de medicamentos en la medida de
lo posible será mejor para nosotros mismos y para toda la humanidad. ¿Por qué?
El quid de la cuestión está en el problema de la resistencia a los antibióticos.
Una de las razones por las cuales es perjudicial administrar
excesivos antibióticos se basa en que llega un momento en el que las bacterias
adquieren la capacidad de combatir y destruir los antibióticos destinados a
eliminarlas, haciéndose cada vez más difíciles de erradicar y los antibióticos
menos eficaces frente a ellas. Esto es a lo que se denomina resistencia a los
antibióticos. Las bacterias son capaces de fabricar la enzima β-lactamasa que
se va a encargar de atacar el anillo β-lactámico de 4 átomos de carbono que
posee la penicilina de los antibióticos. Esta β-lactamasa se transmite a otras
bacterias a través de un plásmido y así las bacterias van a ser capaces de
inactivar la penicilina, puesto que los anillos de 4 átomos de carbono ya no
son tan estables como los de 5 o 6 y pueden romperse con facilidad.
No obstante, para intentar evitar esto, utilizamos
amoxicilina, que es un derivado de la penicilina que incluye el ácido
clavulánico, que actúa como un inhibidor suicida. El ácido clavulánico tiene el
mismo anillo β-lactámico que la penicilina, por lo que va a ser detectado por
la enzima β-lactamasa de las bacterias y lo van a atacar, rompiendo ese anillo del
ácido clavulánico y quedando covalentemente unida a él. Así, cuando se
introduce la penicilina, ya no se activa esta enzima para romper el anillo de
la penicilina y puede realizar su acción. Sin embargo, de poco sirve este
avance si seguimos haciendo un uso irresponsable de los antibióticos.
Otro aspecto a tener en cuenta y que probablemente no todo
el mundo tenga claro es que los antibióticos han sido fabricados para combatir
enfermedades infecciosas producidas por bacterias y no por virus ni hongos,
para los cuales existen, respectivamente, medicamentos antivirales y
antifúngicos específicamente para ellos. Por lo tanto, si nos empeñamos en intentar
curar un resfriado, una gripe o cualquier enfermedad vírica con un antibiótico,
no solo será ineficaz frente a ella, sino que será perjudicial para nuestro
cuerpo y contribuiremos desgraciadamente a la resistencia frente a los
antibióticos.
Una consecuencia reciente o una prueba más de este uso
inadecuado o excesivo de los antibióticos que está generando esta creciente
resistencia a los mismos y que demuestra la importancia de tomar cartas
en el asunto es la noticia que aparecía en los periódicos el pasado 26 de mayo
en la que se nos informaba del primer caso de una bacteria resistente a todos
los antibióticos en EEUU. Sin embargo, no es el primer suceso en todo el mundo,
sino que ese gen de resistencia a los antibióticos que se llama mcr-1 y que está
presente en esa bacteria de Escherichia Coli hallada en Estados Unidos ya se
había dado anteriormente en Europa, África, China, Suramérica y Canadá. Fue ya a
principios de 2015 en China cuando empezamos a tener constancia de la
existencia de este gen, lo cual tampoco es raro puesto que en China se consumen
12.000 toneladas anuales de colistina en la industria agro-ganadera. La rápida
llegada del gen también a países europeos como Dinamarca, Holanda y Francia
llevaron a la Unión Europea a modificar el protocolo para el uso animal del
antibiótico.
El nuevo caso estadounidense del que hablábamos corresponde
a una paciente de 49 años de Pensilvania a la que se detectó en un análisis de
orina un tipo extraño de bacteria Escherichia Coli, que ha sido considerada
como una de las más letales puesto que es resistente a todos los antibióticos,
incluida la colistina, que es el último recurso del que disponen los médicos
cuando el resto de antibióticos no son efectivos y que solo se suele utilizar
en dichos casos, ya que su toxicidad y los daños que podía ocasionar no permitían
un uso mayor.
Bacteria Escherichia Coli
De cualquier manera, este nuevo suceso es un hecho más que
nos hace pensar que puede llegar un momento en el que los antibióticos dejen de
ser útiles. Ya se están dando casos en los que el médico se halla en la indeseable
situación de impotencia y desesperanza de no disponer de un antibiótico que
suministrar al paciente para tratar una enfermedad, lo cual es algo que nunca
debería ocurrir.
Sin embargo, tampoco es el fin del mundo. Sabemos que las
resistencias los antibióticos están relacionadas con el uso que hacemos de
estos, por lo que con el tiempo estas probablemente evolucionarán y podamos
echar mano de medicamentos que antes no utilizábamos.
Además, la investigación para descubrir nuevos medicamentos
continuará, al igual que proseguirán los avances en ingeniería genética, un
campo en el que están puestas muchas esperanzas y que probablemente nos ofrezca
nuevas posibilidades para tratar estas enfermedades.
Pero esto tampoco quiere decir que haya que relajarse ni
mucho menos. Hay que alertar a la población y concienciarnos de este problema
de la resistencia a los antibióticos y de que cada uno de nosotros podemos y debemos
realizar un uso razonable y responsable de los mismos, acudiendo al médico,
siguiendo sus instrucciones y sin automedicarse nunca. Tampoco estamos
defendiendo evitar el uso de fármacos, ya que el descubrimiento de la
penicilina por parte de Alexander Fleming en 1929 ha tenido desde entonces una
importancia inconmensurable en la cura de enfermedades, en el mantenimiento de
nuestro bienestar y nuestro estado de salud y en la mejora de la calidad de
vida, sino que postulamos que no debemos a abusar de ellos. Como diría el
filósofo griego Aristóteles: “la virtud está en el término medio”. Seamos
conscientes de que el futuro de los antibióticos está en nuestras manos.
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