Antes de adentrarnos con esta pregunta, es conveniente
recordar que la piel es el órgano fundamental en la homeostasis, es decir, en
el mantenimiento de la composición y las propiedades del medio interno del
organismo, ya que actúa como una barrera de protección mecánica, solar,
inmunológica y térmica que alberga además la función sensorial del tacto y
evita la pérdida de agua, electrolitos y otros constituyentes corporales y
también la entrada de moléculas y microorganismos indeseables o nocivos desde
el medio ambiente. Asimismo, sabemos que la piel consta de tres capas
principales, cada una de las cuales está compuesta por varias subcapas. La capa
más externa es la epidermis, que está formada, de fuera a dentro, por el
estrato córneo, el estrato lúcido, el estrato granuloso, el estrato espinoso y
el estrato basal. A continuación, tenemos la dermis, que se divide, a su vez,
en una capa superior o estrato papilar y una capa inferior o estrato reticular.
Y por último, tenemos la tercera y última capa, la más interna, que se llama hipodermis.
Pues bien, los estudios realizados demuestran que una
higiene excesiva puede dañar la capa más externa de la piel, que es
precisamente la capa córnea de la epidermis, la cual posee una serie de
bacterias benignas que constituyen una barrera protectora frente a las
infecciones y la entrada de bacterias, virus, hongos o cualquier otro agente
externo perjudicial. Los dermatólogos aseguran que una excesiva exposición al
agua y al jabón supone una constante agresión a nuestra piel, que puede acabar
seca e irritada, además de hacerla más vulnerable a las agresiones externas al
debilitar esa primera barrera defensiva compuesta por el estrato córneo y el
manto hidrolipídico que lo recubre, que es una mezcla de sebo producido por las
glándulas sebáceas y sudor segregado por la glándulas sudoríparas. Por lo
tanto, bacteriológicamente hablando, no estamos más protegidos frente a una
posible infección duchándonos todos los días, sino al contrario. De hecho, la
Academia Española de Dermatología y Venereología (AEDV) ha elaborado una lista
en la que se recogen una serie de enfermedades asociadas a la sobrehigiene,
como la dermatitis atópica, infecciones como la pitiriasis o alergias.
Por ello, dejando de lado cuestiones de sostenibilidad, los
expertos afirman que ducharse todos los días es perjudicial y recomiendan disminuir
la frecuencia con la que acudimos a la ducha. Sin embargo, tan malo es un exceso
de higiene como una carencia de ella. Simplemente hay que evitar esos remojones
de más que en ocasiones son por el efecto relajante o por la sensación
refrescante en verano. Como siempre, “la virtud está en el término medio”, tal
y como decía Aristóteles, y en este caso, ese término medio depende también de
cada persona, de modo que debemos adaptar la frecuencia de la ducha a cada uno,
en función del clima y del ejercicio físico que realicemos.
Lo que es cierto es que las partes más necesitadas de un
lavado diario son genitales, pies y axilas, obviando la higiene de las manos,
que debe ser aún más frecuente. Pero el resto de la piel puede no precisar un
lavado diario si no se ha realizado un esfuerzo físico.
Además, se recomienda el uso de agua fría o templada; jabones
neutros, preferiblemente elaborados con aceites vegetales y con bajo contenido
de detergente o productos químicos dañinos; y una toalla del material más suave
posible. Por un lado, debemos evitar los baños de agua caliente porque, aunque
relajan los músculos, tienen muchos más perjuicios de los que probablemente
creas. En verdad, el uso frecuente de agua a alta temperatura favorece la caída
del cabello, la oleosidad y la liberación de sebo por parte de las glándulas, la
aparición de caspa, la urticaria, la aspereza de la piel o una mala digestión.
Por otro lado, el motivo por el que es conveniente el uso de jabones neutros para
nuestra piel es evitar la alteración del pH de la capa de lípidos, que es
ligeramente ácido, entorno al 5,5, ya que esto es lo que evita el paso de
baterías y virus. Además, debemos prescindir absolutamente de aquellos jabones
antibacterianos que, lejos de ser mejores que el resto, tienen componentes como
el triclosán (también presente en otros productos de higiene personal como
pastas de dientes, desodorantes o enjuagues bucales), que causa perjuicios a
nuestra salud como alteraciones hormonales y también de la función muscular y
cardíaca, puesto que interfiere en la liberación de los iones calcio al impedir
la correcta comunicación entre dos proteínas que funcionan como canales de calcio.