Con la subida de las temperaturas, los desastres naturales, los
fuegos incontrolados, las inundaciones desoladoras y la extinción de numerosas
especies, hace ya tiempo que el planeta nos está dando claras señales de la
peligrosidad del cambio climático y la necesidad de tomar cartas en el asunto.
Sin embargo, aunque parece que cada vez hay más concienciación sobre la seriedad de este tema,
seguimos sin tomar medidas drásticas que permitan reducir en buena medida la
contaminación a nivel mundial y seguimos sin otorgarle la urgencia que
verdaderamente merece este problema. Y, por desgracia, parece que la llegada de
una pandemia es la única manera de que esos exorbitados niveles de
contaminación se desplomen, aunque esta tenga otros muchos efectos colaterales perjudiciales
como la caída de la bolsa y el colapso económico, además de las incontables pérdidas humanas. Tal y como dice la psicóloga italiana
Franscesca Morelli en una reflexión que se ha hecho viral en los últimos días, "ahora usamos mascarillas, pero paradójicamente la calidad del aire mejora y seguimos
respirando".
Por otro lado, en el mundo desarrollado, estamos
acostumbrados a hacer oídos sordos a la hambruna, conflictos bélicos, enfermedades
y otros problemas de gran magnitud siempre que estos tengan lugar a cierta
distancia del país en el que vivimos. Y como no podía ser de otra forma, semanas
atrás adoptamos la misma actitud con el coronavirus. Cuando este irrumpió en
China, el resto del mundo hacía oídos sordos o, al menos, le restaba
importancia al asunto, sorprendiéndonos al ver que la población china no era capaz de controlar lo que todos queríamos hacer creer que era una simple gripe.
Solamente cuando vimos que el virus llegó con fuerza a Italia y encima se
empezaban a dar casos en otros países próximos, el resto de Europa empezó a
preocuparse y a tomar medidas. El hecho de no ser los primeros en llegar a este
escenario nos ofrecía una ventaja. Nos ofrecía la posibilidad de poder fijarnos en los pasos que habían seguido
los países que iban por delante de nosotros y que tenían ya numerosos infectados y poder
evaluar los resultados que han supuesto dichas medidas tomadas. Sin embargo, desde mi
punto de vista tampoco hemos sabido aprovechar esta posición ventajosa para
tomar esas precauciones de la forma más rápida posible y así conseguir que las
repercusiones del virus fuesen las mínimas posibles. En general, nuestro nivel de concienciación personal tampoco ha estado a la altura y esto se traducirá en una prórroga de la cuarentena durante más tiempo. Soy consciente de que es
una situación muy difícil de manejar, pero esto confirma una vez más que hasta
que el ser humano no ve de cerca el problema, no le otorga la importancia
necesaria y no nos ponemos manos a la obra.
Asimismo, en un mundo en el que desafortunadamente aún
existe discriminación por raza y discriminación por otros motivos, la llegada de este virus nos
hace experimentar que, en un abrir y cerrar de ojos, podemos ser nosotros mismos
los discriminados y a los que no se les permita cruzar fronteras por ser potenciales
transmisores de una enfermedad. Parece que el virus haya llegado para hacernos
sentir a nosotros, de raza blanca, occidentales y con recursos económicos, ese
sentimiento de rechazo que nunca antes habíamos experimentado, quizá también para
que empecemos a ser más empáticos, cambiemos ciertas ideologías discriminatorias
y pensemos más en el prójimo.
En ese sentido de ayuda al prójimo, esta crisis también nos
está enseñando mucho. También nos está llevando a pensar en el colectivo y quedarnos
en nuestras casas para mitigar, en la medida de lo posible, la saturación del
sistema sanitario, ralentizar el ritmo de aparición de nuevos contagios y hacer
valer ese esfuerzo de valor incalculable que está realizando todo el personal
sanitario. Aprovecho este inciso para no olvidarnos tampoco de la importante labor del personal de limpieza, auxiliares administrativos, trabajadores de supermercados, transportistas, barrenderos y otros tantos trabajadores que no tienen la posibilidad de quedarse en casa estos días, sino que también están al frente de la batalla y que son igual de imprescindibles que el personal sanitario para que este barco no se hunda. Mil gracias a todos por estar al pie del cañón. Y como decía, muchos no estamos haciendo este esfuerzo de confinamiento por nosotros
mismos, jóvenes y sin patologías previas que, según afirman los datos
epidemiológicos, tenemos una baja tasa de mortalidad por esta enfermedad vírica.
En este caso, todos y cada uno de nosotros sentimos el deber de permanecer en nuestras viviendas con el objetivo de no
contribuir a la transmisión del virus, no dificultar aún más el trabajo exhaustivo del personal
sanitario y proteger a ese grupo de la tercera edad y con otras patologías
previas, que constituyen el grupo de riesgo. Quedándonos en casa, cortamos la
cadena y evitamos el contagio de muchas más personas, consiguiendo que los
casos se produzcan de forma más espaciada en el tiempo, que es el principal objetivo
en estos momentos, dada la saturación del sistema sanitario. En definitiva, el
coronavirus nos está recordando que la unión hace la fuerza y nos está
obligando a levantar la mirada y ver más allá de nuestra burbuja.
No obstante, a nivel individual, el virus también está dejando
huella. La mayor parte de la población nos encontramos habitualmente inmersos en un ritmo de
vida frenético, a veces por encima de nuestras posibilidades. Si el virus no
nos para, parece que no hubiésemos parado nunca. Vivimos con prisas, corriendo
de un lado para otro, con la mirada puesta en un reloj que, en lugar de informarnos
meramente de la hora, en muchas ocasiones parece marcarnos el ritmo al que
debemos vivir. Parece que las 24 horas del día nunca son suficientes y desearíamos
que los días tuviesen 26 horas o las que fueran necesarias.
Incluso este confinamiento y aislamiento social nos está
enseñando muchas cosas a nivel personal. En primer lugar, nos está ofreciendo
entre nuestras manos una cantidad ingente de tiempo libre a la que no estamos acostumbrados,
hasta tal punto que a algunos se les puede presentar como una losa asfixiante que les tiente a salir de casa para volver a respirar. Además, esta crisis nos está abriendo
los ojos y nos está haciendo valorar las cosas sencillas de la vida: un abrazo,
una conversación cara a cara, un beso… Este parón forzado nos está obligando a pasar
más tiempo en familia, a valorar lo que tenemos en casa, a convivir con
nosotros mismos y a recuperar muchos hobbies que increíblemente teníamos abandonados
por falta de tiempo o prioridades. Es decir, nos está ayudando a asentar las
ideas, ver lo verdaderamente importante y volver a encontrarnos con nosotros
mismos. Además, en estos tiempos que corren en los que las redes sociales y la comunicación
a distancia están adquiriendo cada vez más importancia, ofreciéndonos una falsa
ilusión de cercanía, parece que esta situación haya venido para volver a poner
en valor las relaciones sociales, las reales. De esta forma, seguramente que cuando
volvamos a la calle para reír juntos y podamos abrazarnos de nuevo, cualquier
plan nos parecerá una auténtica fiesta. La simple recuperación de la normalidad
nos parecerá un bonito regalo al que, al menos durante un tiempo, dejaremos de
restarle valor.
Estos difíciles momentos que atravesamos también nos hacen
darnos cuenta de lo tremendamente planificado que está el mundo y la poca
cancha que se le da hoy en día a la improvisación. Cuando un problema de esta
magnitud obliga a cancelar clases, cerrar centros educativos, centros culturales
y prácticamente todo tipo de establecimientos o restringir los desplazamientos
por vía aérea, terrestre o marítima, todo se viene abajo. Se descuadran todos nuestros
múltiples eventos o planes que tenían una fecha bien premeditada y de repente se
nos presenta ante todos nosotros un tremendo caos al que es difícil volver a ponerle
orden, al darnos cuenta de que tenemos que cancelar, aplazar o reorganizar
todos esos planes futuros, sin saber tampoco con certeza cuándo terminará esta
situación para así poder fijar unas nuevas fechas. Se nos presenta ante
nosotros una situación que nos abruma y es en este momento cuando nos damos
cuenta de lo acostumbrados que estamos a vivir con todo bajo control. Ahora tenemos que aprender forzosamente a vivir el presente, el día a día, con
paciencia y sin adelantar acontecimientos.
Por su parte, ese pánico generalizado que nos está llevando
a arrasar con los productos de primera necesidad en los supermercados nos está haciendo
ver que esa inmediatez en la satisfacción de las necesidades básicas a la que
estamos acostumbrados es un tremendo lujo, un verdadero privilegio. Día tras
día, disponemos de todos esos productos a solo unos minutos de nuestra casa y
en cualquier momento del día, pero ahora, por primera vez en mucho tiempo, hemos perdido
súbitamente esa comodidad. Aunque afortunadamente el abastecimiento sigue
estando garantizado, ahora cuando entramos al supermercado nos encontramos con estantes vacíos y tenemos que esperar largas colas para adquirir nuestros
productos como consecuencia de la histeria colectiva, algo que en nuestras
cabezas parecía imposible que sucediera hace tan solo unos días. Todo ha
cambiado tan radicalmente de un momento a otro que asusta.
Por último, a nivel sanitario, también podemos obtener una
buena moraleja de todo esto. Parece que ha tenido que llegar una alerta
sanitaria de esta magnitud para que nos demos cuenta al fin de lo importante
que son la sanidad y la ciencia y que los recortes presupuestarios en estos
ámbitos pueden tener graves repercusiones. Asimismo, ante esta situación, hemos
cambiado el chip y nuestros héroes ya no son jugadores de fútbol de nuestro
equipo favorito, sino médicos y enfermeros que se están dejando la piel por
nuestra salud poniendo en peligro la suya propia, los investigadores que lo
están dando todo en sus laboratorios por encontrar un tratamiento frente al
virus lo antes posible y el resto de trabajadores y voluntarios que están poniendo su granito de
arena de una forma o de otra y de manera desinteresada en esta lucha común. Los emotivos aplausos masivos vividos en toda España la noche de ayer para reconocer y agradecer el trabajo del personal sanitario no son más que una prueba de que realmente se han convertido en nuestros verdaderos ídolos de un momento a otro.
En definitiva, antes o después, estoy seguro de que saldremos de esta y volveremos a celebrar la vida. Porque el ser humano, aun con sus momentos de irracionalidad, irresponsabilidad
e inconsciencia, siempre consigue darle la vuelta a las peores situaciones. Es precisamente en los malos momentos cuando dejamos nuestras diferencias y problemas banales a un lado, nos volvemos más humanos y buscamos la unión, ya que sabemos que la unión hace la fuerza. Sin
embargo, me gustaría que no solo saliésemos de esta lo antes posible, sino que
lo hiciésemos con alguna que otra lección aprendida y más fuertes y enamorados
de la vida de lo que estábamos hace unos días. Quiero que todo esto se convierta en un punto de inflexión, en uno de esos malos
momentos que se te quedan grabados por siempre en la memoria y de los te
acuerdas en otros futuros instantes difíciles de tu vida para sacar fuerzas de
ellos, tomar mejores decisiones o abordarlos con una mayor madurez o
inteligencia emocional. Como conclusión, puede ser que esta pandemia haya venido a enseñarnos
muchas cosas en este caótico mundo actual lleno de paradojas. Por eso, si cada
uno de nosotros reflexionamos durante estos días, sacamos un aprendizaje personal
de cada uno de los puntos que he mencionado y nos damos cuenta de una vez por
todas de lo importante que es la ciencia y la sanidad, yo me doy por
satisfecho. Esto querrá decir que, al menos, habremos sacado algo positivo de todo
esto.
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