Debido a su especial situación y composición, los glaciares,
icebergs y ecosistemas árticos constituyen unos valiosos indicadores de la
situación ambiental del planeta, y desafortunadamente el estado actual del
Ártico que nos ofrecen es de una enorme fragilidad. Su ecosistema se pierde y
esto está desencadenando una aceleración del cambio climático y, en definitiva,
un terrible e innegable efecto negativo para todo el planeta.
El deshielo del Ártico volvió a
alcanzar un nuevo máximo histórico alarmante en el 2012, que mostraba una
pérdida de hielo desde el 2008 de 4300 km3, lo cual, para hacernos una idea,
supera a la superficie de la península ibérica. Los datos no mienten y así es
como, récord tras récord, hemos perdido tres cuartas partes del hielo del
Ártico durante los últimos 30 años. Además, la velocidad de deshielo y de
aumento de las temperaturas en el Ártico son dos veces mayores a las de las
latitudes medias. En realidad, lo que sucede es que ambos fenómenos se
retroalimentan, ya que al subir las temperaturas, el hielo del Ártico se
derrite y hay más superficie marina, la cual, al ser más oscura que el hielo,
absorbe más radiación solar, refleja menos y se calienta más rápidamente.
El 2015 fue el año más caluroso
jamás registrado y el Ártico también nos da evidencias de este cambio climático,
cuyo principal causante es la quema de combustibles fósiles. El pasado 24 de
marzo, cuando debería tener la extensión más grande después de los meses de
invierno, se ha registrado, respecto al año pasado, una pérdida de 13.000 km2. Los
científicos predicen que si continuamos a este salvaje y dramático ritmo, el
Ártico podría quedarse sin hielo entre los años 2054 y 2058, y de producirse el
deshielo continental de Groenlandia y del este y oeste antártico, el nivel del
mar podría subir 20 metros a finales de siglo. Además, se cree que, dentro de
unos 20 o 30 años, el Ártico perderá incluso ese espesor de hielo marino de 1,2
metros que queda de momento al final de cada verano y que, al final del
invierno, el grosor pasará de los 2,5 metros actuales a no llegar ni siquiera a
los 2 metros.
Sabemos que el Ártico es una
región determinante para las condiciones climáticas del planeta y debemos hacer
algo para frenar esta atrocidad. De hecho, los científicos consideran al polo
Norte como el refrigerador del mundo, ya que su repercusión a nivel global es
mucho mayor de lo que probablemente pensemos. El Ártico es el mantenedor de la
corriente termohalina que discurre por debajo de la capa de hielo, responsable
del clima invernal templado que tenemos en Europa, y atenúa además, en cierta
medida, el calentamiento global porque incrementa el efecto albedo, que es el
fenómeno por el cual el 30% de la energía solar que llega a la Tierra en forma
de radiación es reflejada de vuelta al espacio exterior, mientras que un 50% es
absorbido por la superficie terrestre y el 20% restante, por la atmósfera. ¿Y
por qué el hielo es capaz de devolver un porcentaje tan grande de la radiación?
Esto se debe, ni más ni menos, a que la nieve es una superficie blanca y, al contrario
de lo que ocurre con las superficies oscuras, absorbe poca radiación y refleja
prácticamente toda. Por ello, si desapareciera el Ártico, el albedo disminuiría
e implicaría un mayor calentamiento de la superficie de la Tierra y una fuerte
degradación medioambiental, provocando tal cambio en nuestro planeta que quizás
ni llegaríamos a reconocerlo.
Por otro lado, no debemos
confundir el efecto albedo con el efecto invernadero, que es un efecto natural
y vital por el cual los llamados gases de invernadero como el CO2, el vapor de
agua o el metano son capaces de impedir la salida de esa parte de la radiación
infrarroja del sol reflejada por la superficie terrestre, que es la que se
denomina efecto albedo y calienta la Tierra. Es curioso que en una atmósfera
compuesta principalmente por un 78,1% de nitrógeno, un 20,9% de oxígeno, un 1%
de argón y una pequeña proporción de dióxido de carbono y vapor de agua, sean algunos
gases minoritarios, que entre ellos no suman ni siquiera un 0,1% de la masa de
la atmósfera, los que retengan esa parte de la radiación infrarroja y controlen
así el clima y, por tanto, la vida en la Tierra. Sin ellos, de hecho, la
temperatura media de la atmósfera no sería de 15 grados centígrados, sino de
18. El efecto invernadero, como ya sabemos, es realmente beneficioso en su
justa medida, ya que mantiene esa temperatura apta para la vida en el planeta.
Sin embargo, un incremento del mismo fruto de acciones humanas como la
deforestación y el consumo de combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas
natural) provoca una emisión incontrolada de gases de efecto invernadero que
incrementa las temperaturas, derrite el propio hielo del Ártico y aumenta el
nivel del mar. Esto es lo que se conoce como cambio climático, cuyo repercusión
preocupa tanto a los expertos que advierten que el nivel del mar podría subir
entre 26 y 82 cm a final de siglo y la temperatura hasta 4,8ºC.
Sin embargo, esto no termina aquí
desgraciadamente. La fauna y la flora también podrían verse duramente
afectadas. Animales que han desarrollado efectivas estrategias para aislarse
del frío, caminar sobre la nieve o camuflarse en el entorno, como es el caso de
los osos polares, podrían estar en peligro de extinción; algunas aves llegarán
a perder sus nidadas debido a la ausencia de terreno estable; y la vegetación
típica del Ártico, entre la que se encuentra el musgo, los líquenes y plantas
herbáceas de poca altura, capaz de soportar los fuertes azotes del viento y
adaptada a la difícil supervivencia en una tierra casi helada, muy ácida y con
poca presencia de nutrientes, podría terminar desapareciendo. Con el deshielo,
en cambio, se abrirían nuevas rutas de navegación que permitirían extraer más
fácilmente las reservas árticas de gas y petróleo, y son precisamente estos
intereses los que se pueden llegar a sobreponer irracional y desafortunadamente
sobre los ecológicos y poner en serio peligro el equilibrio del Ártico que
todos deberíamos proteger.
Por ello, todos podemos y debemos
poner de nuestra parte para frenar el incremento del efecto invernadero, el
cambio climático y el deshielo del Ártico siguiendo estas medidas: reducir el
uso de la calefacción y del aire acondicionado, utilizar los medios de
transporte público, separar los desechos sólidos para facilitar su reciclaje,
reducir el uso de contaminantes como aerosoles y detergentes, usar las energías
renovables y, en definitiva, seguir la regla de las tres erres: Reducir,
Reciclar y Reutilizar.