Si pensabas que el único reloj que llevas contigo es el analógico
o digital de pulsera que tienes en tu muñeca, estás muy equivocado. Los seres humanos, al igual que
los demás seres vivos, tenemos en nuestro interior unos relojes que marcan los
procesos y estados de nuestro organismo. Estrictamente, se denominan relojes
biológicos o fisiológicos a las estrategias y procesos rítmicos que gobiernan
el comportamiento de plantas y animales para adaptarlos al ritmo de nuestro
planeta.
¿Te despiertas justo antes de que suene el despertador? ¿No
eres capaz de abandonar el horario de verano y acostumbrarte de nuevo al
horario de trabajo? ¿Te cuesta levantarte de la cama por las mañanas?
Seguro que a muchos de vosotros os ha pasado, por ejemplo,
que a veces os despertáis justo antes de que suene el despertador y os habréis preguntado
el porqué. La realidad es que la eficiencia del reloj biológico aumenta con la
rutina y el cuerpo se habitúa a ciertos horarios. Por ello, si seguimos una
rutina y nos acostamos y programamos el despertador siempre a la misma hora, el
cuerpo acaba adaptándose a esos comportamientos y nuestros ritmos circadianos
se sincronizan de tal manera que somos capaces de anticiparnos a la alarma del
despertador. De hecho, se aconseja mantener una regularidad de horarios para
descansar mucho mejor.
Las principales responsables de todo ello son dos proteínas,
llamadas JARID1a y PERIOD (PER). Esta última controla nuestro ciclo de
sueño-vigilia y sus niveles en cada célula del cuerpo son el indicador de la
hora del día, ya que al llegar la noche, el número de proteínas PER en las
células disminuye y baja también la presión arterial y la velocidad del latido
cardíaco, mientras que al amanecer vuelve a aumentar por la acción de dos
genes: BMAL, codificador de las proteínas ARNTL y ARNTL2, y CLOCK, codificador
de otra proteína. Por su parte, la proteína JARID1a actúa como el interruptor
que nos despierta.
En contraposición, en el desaconsejable caso de que no sigamos
los mismos horarios cada día, muchos tendrán constancia de lo que se conoce con
el nombre de jet lag. Nos referimos a la desincronía de los ritmos circadianos
con respecto al período día-noche que se produce cuando viajamos de un lugar a
otro con diferencia de horas de luz, viéndose afectados nuestro rendimiento y
nuestro descanso. Esto, en efecto, es una cuestión seria, ya que si estas
desincronizaciones ocurren muy a menudo y nuestros horarios son muy irregulares,
es posible que nuestro estado de salud se vea afectado, pudiendo relacionarse
con trastornos depresivos, alzheimer, esquizofrenia, obesidad y el consumo de
alcohol y tabaco.
Durante los últimos 200 años de industrialización en los que
hemos abandonado aquella sociedad agrícola en la que vivíamos y en los que el
mundo laboral ha experimentado un cambio tan monumental, el reloj biológico se
ha visto afectado, ya que en el día a día actual ni la exposición a la luz
solar diurna es tan grande como antes, al encontrarnos bajo techo la mayor
parte del tiempo, ni la oscuridad nocturna es tan plena como hace unos años,
puesto que usamos luz artificial. Esta es la razón por la que nuestros relojes
biológicos han empezado a cambiar, hasta tal punto de que es posible que estos
relojes lleguen a crear un tiempo interno absolutamente desvinculado del tiempo
social y del tiempo solar. Nuestro cuerpo confunde ya el día y la noche y una
prueba de ello es que nos cuesta más dormir, convirtiéndonos cada vez más en
búhos.
De hecho, los especialistas circadianos ya hablan también del
jet lag social, ya que el reloj biológico se debe sincronizar con el horario escolar
y laboral y este limita irremediablemente nuestra vida cotidiana y hace sufrir
especialmente a aquellos que tienen un reloj tardío. Ese desajuste entre el
tiempo interno y el tiempo social es el que se denomina jet lag social, y lo
padece un 40% de la población de Europa Central. Este, al fin y al cabo, tiene
un efecto similar al jet lag temporal, ya que existe igualmente una notable
diferencia de horarios entre los días laborales y el fin de semana, pero sin
movernos del lugar geográfico.
Hoy en día, se sabe que los cambios de luz se sincronizan con
el ritmo circadiano o la mayoría de nuestros relojes biológicos, cuyo control
básico reside en un grupo de neuronas situadas en la parte central del
hipotálamo conocido con el nombre de núcleo supraquiasmático (NSQ), que es el
que se encarga de dar órdenes para que los órganos de nuestro cuerpo regulen el
sueño, la temperatura o el hambre. En este proceso interviene la estimulación
de la secreción de melatonina por la glándula pineal, que tiene su pico a media
noche, en relación a la oscuridad, y disminuye al amanecer. En realidad, todo
son procesos rítmicos gobernados por los relojes biológicos que se encuentran fundamentalmente
bajo control endógeno, ya que existe una independencia de la temperatura, al
disponer de mecanismos capaces de compensar las posibles variaciones en la
misma.
No obstante, el reloj biológico no es igual en todas las
personas y esto depende de nuestros genes. Algunos se acuestan pronto y se
sienten activos desde primera hora de la mañana, mientras que a otros les
cuesta madrugar y no son personas hasta bien adentrada la mañana, pero luego se
sienten todavía llenos de vitalidad cuando llega la noche. A los
primeros, aquellos que tienen un reloj corto, de 22 o 23 horas, se les denomina
alondras y segregan más melatonina en las primeras horas de sueño, mientras que
los segundos, es decir, aquellos que tienen un reloj largo, de unas 25 horas,
se les llama búhos y segregan melatonina en las últimas horas de sueño. Pero
además, nuestros relojes cambian con la edad, de modo que cuando somos niños y
nos hacemos mayores nos acostamos temprano y nos levantamos temprano, mientras
que durante la adolescencia tenemos una predisposición biológica a hacer ambas
cosas mucho más tarde. Esto se debe a que la cantidad de hormonas sexuales
(estrógenos en las mujeres y testosterona en los hombres) es mayor en la
adolescencia que en la infancia y en la vejez. De hecho, se ha comprobado que
el rendimiento académico de los adolescentes mejora por la tarde y los
resultados serían mejores si el momento de aprendizaje se fijase entre las 11 de
la mañana y las 3 de la tarde, lo cual no se ajusta desafortunadamente con el
horario escolar, por lo general.
Sin embargo, cuando hablamos de relojes biológicos no nos estamos refiriendo única y exclusivamente a los seres humanos, sino que todos los seres vivos, desde los diminutos organismos unicelulares hasta los más complejos, cuentan con relojes biológicos. En las plantas, el reloj biológico también reside en cada una de las células, al igual que en los organismos más complejos, con la diferencia de que en estos últimos, en los que se incluyen los seres humanos, es preciso además un elemento que sea capaz de saber cuándo es de día y de noche y que pueda transmitirlo al resto de células del cuerpo. En el caso de los seres humanos, este elemento es el núcleo supraquiasmático que hemos mencionado, que se encuentra justo por encima del quiasma óptico y que recibe la información luminosa procedente de los ojos.
Por lo tanto, el término de relojes biológicos engloba en verdad procesos tan distintos como los ritmos circadianos (en un período de 24 horas), tidales (relacionados
con las mareas), lunares y anuales relacionados con los ciclos ambientales; la
fotoperiodicidad que indica a las plantas el momento en el que deben florecer;
la duración de fenómenos que tienen lugar durante el letargo; el período de
inactividad en el desarrollo de los insectos llamado diapausa; o la migración
de las aves, entre muchos otros.
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